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HENDU

Hendu significa nube de arena en la lengua poulaar, una de las lenguas que se hablan en Mauritania. Hay países a los que les corresponde un color, países monocromos que desprenden un color de serenidad, de no movimiento, un silenciarse sin aparente objeto. Existen partículas casi incoloras, que lo cubren todo y no dejan ver una realidad que permanece, de manera casi inevitable e inamovible, debajo de esa primera capa monocroma. La realidad siempre es dolorosa, en mayor o menor grado. A veces es solo una pequeña herida, una hendidura, pero su existencia escuece en medio de un paisaje en el que hay que permanecer, en el que no sea necesario dar cuenta a nada ni a nadie.

Ese color que todo lo cubre unifica la existencia de un lugar y es entonces cuando el silencio detiene, ordena, crea y disuelve. Se pierde profundidad; la mirada se mueve de un lado a otro, pero casi no tiene un lugar donde detenerse, no hay un dinamismo ante nuestros ojos, es un continuo buscar sin descanso. Las sombras no tienen dónde crear un límite de una forma que nos dé pistas de lo que está pasando en realidad. Es, al fin y al cabo, un estado mental, que permite captar toda la amplitud de nuestro propio límite. No viene a transformar ni a desplazar la realidad, sino a sembrar vacíos en ella.

En Mauritania todo es un color, una forma constituida por todas las formas cubiertas por la arena. El polvo que todo lo cubre inunda incluso las cavidades y nos puede hasta ahogar. Parece algo sutil, incluso poético, en medio de su claridad, de esa luz tan blanca que lo ilumina. Sin embargo, existe una agresividad, una potencia, incluso casi mortífera, en esa obstinación de cubrirlo todo. Para taparlo todo es necesario un acto de combatividad absoluta hacia todos los volúmenes, hacia todo lo que intenta sobrevivir, para aplanarlo, silenciarlo, incluso destruirlo y seguir depositando capas y más capas, apropiándose así todos los tesoros de ese espacio invadido.

En Hendu existe una doble apropiación. Por un lado, una nube creada, una nube artificialmente impuesta al espacio, pero en el lugar, en un sitio concreto, con sus propias partículas, con sus propias dinámicas, con su color, con su luz que casi no modela las formas de ese espacio. Es depositar sobre lo depositado, unir esa tierra que obligadamente se eleva con el cielo que casi parece sostenerla. Pero más importante aun es el hecho de tapar lo que hay detrás. No dejar ver una realidad que no queremos ver porque preferimos quedarnos en la belleza de esas partículas suspendidas, blancas, casi transparentes. Detrás de ellas existe esa realidad dolorosa, aquella realidad a la que no queremos mirar, aquella en la cual no nos queremos detener, de la que huimos, la escisión hacia nosotros mismos.

Y, sin embargo, no podemos evitar ladear nuestra cabeza para asomarnos, para intentar reconocer, para ver más allá de todo lo que tapa esa nube sutil y mortífera a la vez, de ese único color que lo ha unificado todo. Sabemos que existe algo, quizá doloroso, detrás de todas las capas de polvo. Sabemos que, en esa escena ante nosotros, mueren el tiempo y las pasiones. Ladeamos la cabeza hacia el otro lado. Vemos alguna forma que nos lleva hacia esas ilusiones que aun se disputan entre el paisaje. Reconocemos sobre el fondo blanco, el contraste de unas líneas que constituyen la vitalidad de seguir mirando, descifrando, luchando. Gracias a que la nube no desconoce su naturaleza, esta es capaz de extenderse entre las piedras que constituyen el suelo y sembrar desde el silencio. Aun así, entornamos los ojos y ahora vemos mejor aun, una estructura de casa, una sandalia, unas acacias, inclusos sus espinas empezamos a vislumbrar. En realidad, nos damos cuenta de que, si nos esforzamos, lo oculto únicamente puede ser disfrutado sin la necesidad de reconocimiento, sin la exigencia de ser visto.

En Hendu he creado nubes que no pretendían esconder, sino mostrar el hecho de querer ver más allá de ellas, de querer encontrar algo que sabemos que está al otro lado. De intuir lo invisible porque sabemos que nos llevará a otros lugares. De querer afrontar lo que sabemos de manera inconsciente. Todo ello, apreciando el propio proceso, el recorrido de la mirada, disfrutando de nuestra propia búsqueda, de las pistas que nos vamos encontrando. Y así nos damos cuenta de que lo que podía revelar nuestra esencia no era la razón, sino la intuición.

HENDU

In Poulaar, one of the languages spoken in Mauritania, the word Hendu means “sand cloud”. Some countries have their own particular colour. They are monochrome countries, exuding a colour of tranquillity, of stillness, of remaining silent for no apparent reason. There are virtually colourless particles, covering everything and making it impossible to see an almost inevitable, immovable reality underlying that first layer of monochrome colour. To a greater or lesser extent, reality is always painful. Sometimes it is just a small wound, a scratch, but it is nevertheless irritating amid a landscape from which it is impossible to escape, unaccountable to anyone or anything.

That all-blanketing colour unites everything that exists in the place, and it is then when silence halts, orders, creates and dissolves. Depth is lost. The gaze restlessly moves backwards and forwards, but barely finds anything on which to focus. There is no visual dynamism, just a continuous, tireless searching. The shadows have nowhere to create an outline that might offer us a clue about what is really happening. It is, after all, a state of mind, and it allows us to grasp the full dimension of our own limitations. It comes not to transform or move reality, but to seed it with empty spaces.

In Mauritania, everything is of one colour, a single form made up of all the forms covered by the sand. The omnipresent dust inundates every available space and threatens to choke us. It all somehow seems so subtle, so poetic even, in the clarity of that glaring white light. But in that obstinate determination to cover everything there lies an aggressiveness, an almost deadly strength. To cover everything, it is necessary to declare war on all volumes, on everything that is struggling to survive, to flatten it, silence it, even destroy it, and then continue to pile on layer after layer, overwhelming and appropriating all the treasures of that invaded space.

In Hendu that appropriation is twofold. First, there is a cloud, artificially imposed on the space, but in a specific place, with its own particles, its own dynamics and colour, its light barely defining the forms in the space. It is one layer placed on top of another, the unification of an inexorably rising terrain with the sky that almost seems to hold it up. But even more important than that, it shrouds what lies behind it. It conceals a reality we do not want to see because we prefer to focus on the beauty of those white, almost transparent, particles in suspension. Behind it lies the painful reality we don’t want to look at or think about, the reality from which we hide, fleeing back into ourselves.

And yet we cannot help taking a peek, trying to distinguish something, to see beyond that subtle, deadly cloud, beyond that single colour that renders everything so uniform. We know something exists there behind all those layers of dust, perhaps something painful. We know that time and human passions die in the scene we have before us. So we look the other way, and we see some shape that leads us towards those visions that are still swirling in the landscape. Standing out against the white background we perceive lines that urge us to keep looking, decoding, and fighting. The cloud is aware of its own nature, and is therefore able to creep between the stones on the ground and silently create confusion. Even so, narrowing our eyes we can now more clearly make out the structure of a house, a sandal and some acacias. We can even see the thorns. It is then that we realise that, if we make an effort, what is hidden can only be enjoyed when it doesn’t have to be seen or recognised.

The clouds I created in Hendu are meant not to hide but to reveal the act of wanting to see beyond them, of wanting to find something we know exists on the other side. Of sensing the invisible because we know it will take us to other places. Of wanting to confront what we unconsciously know, all the time relishing the process itself and the roving of our gaze, revelling in our quest and the clues we find along the way. And this way we realise that the key to understanding our essence lies not in reason but in intuition.